Hermandad de Labradores Paso Azul de Lorca
Para hablar de los orígenes del Paso Azul es preciso remontarse a mediados del S.XVI (1555), cuando tenemos datada la existencia de la cofradía de la Santa Vera Cruz y Sangre de Cristo, que salía en procesión el Jueves Santo por la noche. Esta se constituyó originalmente en el Convento de frailes predicadores de Nuestra Señora la Virgen de la Piedad, Santo Domingo, donde pasaría cuarenta años (excepto por un breve periodo en San Patricio), tras los cuales y por desavenencias con los dominicos, se desplazó al convento franciscano de la puerta de Nogalte, en cuya iglesia adquirió distintas capillas del lado del Evangelio hasta que, a finales del S.XVII, se instala en la capilla del crucero del mismo lado, donde edificará los retablos de la Vera Cruz y Sangre de Cristo y de la Virgen de las Angustias (posteriormente de los Dolores).
La trayectoria de las cofradías de este tipo va ligada a la devoción de Nuestra Señora de las Angustias, de la Cruz, Soledad de María o Dolores. De esta manera, la cofradía de la Sangre potencia la creación de un paso de nazarenos que se encarga del culto y de sacar en procesión a una imagen con este simbolismo, esta es la Hermandad de las Angustias o de los Labradores que, al menos desde 1640, existe como adyutriz (auxiliar) de la Sangre. Esta se estableció, como cooperante de la Sangre, en el convento de San Francisco donde, en 1658, se levantaría el primer claustro (hoy gruta de la Virgen de Lourdes).
Desde la mitad del S.XVII y en adelante, se reafirma la idea de que esta hermandad se creó para ofrecer ayuda a la cofradía de la Sangre que, desde 1673, ya contaba con tres tronos que desfilaban el Jueves Santo (el Crucificado, la Virgen de los Dolores y la Santa Cena, mediante concordia con la Hermandad del Socorro, que se incorporó este año), y necesitaba colaboración para, además de sacar estas imágenes, engrandecer el cortejo. Durante la primera mitad del S.XVIII, la cofradía de la Sangre alcanza acuerdos de diversa índole con otras cofradías lorquinas (de hermanamiento, participación en distintas procesiones…), logrando una cierta etapa de esplendor de la que también disfruta la Hermandad de Labradores, que en 1756, verá ratificada su existencia mediante bula papal. Así las cosas, la Hermandad de Labradores llega a participar en la procesión más «severa y lujosa» del momento: el Santo Entierro, organizada por la cofradía de la Soledad. También a mediados de este siglo se levanta el segundo claustro del convento (hoy MASS).
Virgen de los Dolores de Manuel Martínez representada por Cayuela en el paño del Reflejo (1914).Para algunos historiadores, «el siglo de las crisis cofradieras» comienza hacia la mitad del XVIII, extendiéndose durante la primera mitad del siguiente. Esta crisis afecta a la archicofradía de la Sangre hasta tal punto que, a finales del S.XVIII, el propio padre guardián del convento indica que «tengo entendido hay establecida una cofradía que llaman de la Sangre de Cristo, la que no tiene uso, cuyo motivo ignoro». Poco tiempo más tarde, la Sangre escritura un acuerdo para que se turnasen en la organización de su procesión del Jueves Santo la Hermandad de Labradores y la del Cristo del Socorro. En 1796, la Hermandad de Labradores encarga a Manuel Martínez, escultor lorquino, una imagen de vestir de la Virgen de los Dolores que sustituyera a una anterior de la que no se tienen noticias. Esta es la imagen que aparece retratada en el estandarte del Reflejo y que desapareció en agosto de 1936 durante la Guerra Civil. Finalmente, en 1800, la Hermandad de Labradores consigue el derecho de «hacer y presidir la procesión que en la tarde del Viernes de Dolores sale de la iglesia del Convento de San Francisco».
En este periodo es cuando se produce la desamortización que, a diferencia de lo ocurrido a otros bienes de la Iglesia, en el caso del convento de San Francisco no dio lugar a su subasta , sino que se llevó a cabo con la permuta por los hospitales de San Juan de Dios y San Juan Bautista. De esta manera, el convento, con iglesia y huerto incluidos, pasó a ser propiedad de la Junta Municipal de Beneficencia, que se encargaba de administrar las instituciones de este tipo. Así, en 1838, el convento pasa a ser hospital de beneficencia, y la iglesia se utiliza como capilla de este. Es en este momento cuando desaparece la archicofradía de la Vera Cruz y Sangre de Cristo.
Entrada al hospital de Beneficencia.
Tras esto, será durante los primeros años de la década de los 50 del siglo XIX cuando, durante la revitalización de las procesiones lorquinas, se reactiva la Hermandad de Labradores, esta vez como el ente que a día de hoy conocemos: Hermandad de Labradores, Paso Azul. Así, nuestra hermandad es «heredera» de la archicofradía de la Sangre y, por ende, de la primitiva Hermandad de Labradores, estando establecida en San Francisco y continuando con el legado de estas, por ejemplo, en la procesión del Viernes de Dolores.
La sagrada imagen se incorpora a nuestro patrimonio artístico-religioso en el año 1945, obra del escultor Murciano José Planes, siendo presidente de la Hermandad don Juan Mouliaá Parra.
En el año 1951 la escultura de nuestro Cristo Yacente, recibe la medalla de plata en la exposición de arte sacro de Roma.
“La talla representa la figura de un Cristo muerto, que descansa tendido sobre un túmulo cubierto con un paño o sudario, que sirve de base. Todo el cuerpo está ligeramente inclinado hacia su costado derecho. El Cristo está desnudo, y solamente se cubre con paño púbico. La cabeza, elevada sobre el tronco, con los ojos entrecerrados; el pecho hinchado; con las rodillas ligeramente flexionadas; los brazos extendidos a lo largo del cuerpo; la boca ligeramente entreabierta; la barbilla afilada; con barba; el pelo derramado y esparcido en ordenado desorden por la cabecera del túmulo; manos y pies delicadamente tallados; el rostro, en fin, transmitiendo serenidad y belleza, sin la crispación que se podría suponer tras la horrible muerte sufrida.
Toda la talla está policromada, destacando la policromía más oscura de manos y pies, como tumefactos, y de cuyas heridas quedan resecos restos de sangre, al igual que de la lanza del costado. Pero toda esa policromía está utilizada racionalmente, sin exageración, lo que dota al conjunto de la talla de una sensación de armonía y serenidad, más que del patetismo observado en otras representaciones iconográficas.” (Pascual Pérez Serrahima, Apuntes Azules)